miércoles, 19 de enero de 2022

Un libro desconocido del Doctor en Agronomía Rafael Tobías Marquís Oropeza.

Freddy Jesus Angulo Lozada. freddyangulo1@hotmail.com En 1908 publica en la naciente República de Panamá el Doctor Rafael Tobías Marquís Oropeza (Carora,1882-Valera, Venezuela, 1922), un libro casi desconocido a pesar de su enorme y extraordinaria importancia epistémica. Se trata de la obra Algunas palmeras industriales de la flora istmeña, que fue el fruto de sus investigaciones cuando se desempeñaba como primer Director del Museo Nacional de Panamá. La importancia de esta Tesis Doctoral deriva de que fue escrita en castellano y no en inglés, el idioma dominante entonces y ahora en las investigaciones científicas. Dice Lidia Ponce de la Vega, de la Universidad Mc Gill de Canadá, experta y acuciosa en la búsqueda de descolonizaciones epistémicas, que Marquís Oropeza “Es un ejemplo único que contrarresta las tendencias centradas en Estados Unidos.” De 185 trabajos de investigación revisados por Ponce de la Vega, el trabajo de Marquís Oropeza es el único registro escrito en castellano y en donde la producción del conocimiento tuvo lugar en Panamá e independientemente de los Estados Unidos y Europa.  Además, este trabajo destaca la colaboración relacionada con la biodiversidad dentro del Sur Global, actuando además como un ejemplo de agencia epistémica en espacios no hegemónicos. Se trata de un ejemplo casi único de agencia epistémica en espacios no hegemónicos. Marquis Oropeza destaca como una rareza, un caso único de resistencia epistémica frente a la aplastante hegemonía estadounidense en los asuntos de investigación científica. Es posible que el Doctor en Agronomía venezolano haya sido influenciado entonces por el pensamiento del uruguayo José Enrique Rodó, quien en su Ariel, obra escrita en 1900 y que tuvo repercusiones continentales, mostraba su desconfianza ante la hegemonía utilitaria y positivista de los Estados Unidos. A pesar de que Marquís Oropeza se doctora en Ciencias de Agronomía en New York y que su libro está en manos del Jardín Botánico de Nueva York, el “filósofo, científico y agrónomo venezolano” y caroreño tuvo la enorme audacia de hacer de manera autónoma su investigación sobre la palmera istmeña, y que aun dominando la lengua de Shakespeare, expresa en castellano el fruto de sus investigaciones empíricas, lo cual es muy digno de exaltar. De este modo, este eminente caroreño, que fue discípulo del Dr. Ramón Pompilio Oropeza en el Colegio Federal Carora, y del agrónomo trujillano Enrique Luppi y su Instituto Agrario, se ha convertido en un adelantado de la independencia del conocimiento en América Latina. Y como si fuera poco, es un adelantado de la educación secundaria para la mujer al fundar el Liceo Contreras en 1914 en su ciudad natal del semiárido larense de Carora, recinto donde promocionó el feminismo en una sociedad altaneramente machista. Nos deja una extraordinaria revista femenil que habría impresionado a Simone de Beauveoir: Minerva, Revista Científico Literaria, uno de cuyos ejemplares atesoro en mi biblioteca de Cronista de Carora. En la cúspide de su brillante carrera científica en el Istmo, se viene a su tierra caroreña a sembrar conocimientos. Incomprendido por los godos de Carora, se retira desilusionado a la ciudad de Valera, estado Trujillo, en donde funda el Colegio de secundaria Padre Rosario y consigue la muerte precozmente a los 40 años de edad. Los venezolanos no hemos comprendido a cabalidad la gigantesca figura de este extraordinario hombre que fue Rafael Tobías Marquís Oropeza. Estamos a tiempo de reivindicar su memoria y para ello propongo que el núcleo de la Universidad Nacional Experimental Politécnica Antonio José de Sucre de Carora lleve su nombre. Referencias. Cortés Riera, Luis Eduardo. Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937. Fondo Editorial de la Alcaldía del Municipio Torres, Fundación Buría. Carora, Barquisimeto, Venezuela, 1997. Cortés Riera, Luis Eduardo. El Doctor Rafael Tobías Marquís Oropeza, 1882-1922 Científico, educador y feminista caroreño. Diario El Impulso. Barquisimeto, Venezuela, 5 de abril de 2021. Moreno, Hiram A. 'Tras las elusivas huellas de Rafael Tobías Marquís Oropeza. El primer Director del Museo Nacional de Panamá. Canto Rodado, vol. 10, 2015, págs. 163–75. Ponce de la Vega, Nidia. La geopolítica de los metadatos: conociendo Panamá a través de la Biblioteca del Patrimonio de la Biodiversidad. Biodiversity Heritage Library.18 noviembre de 2021.

lunes, 17 de enero de 2022

La Helicobacter pylori, los yanomamis y la cultura de Occidente

¿Estás vivo o muerto? ¿No tienes nada en la cabeza? T. S. Eliot, La tierra baldía, 1922. Freddy Jesus Angulo Lozada freddyangulo1@hotmail.com I. Menos microrganismos. Hace 20 años fallece a los 78 años de edad, en Barquisimeto, Venezuela, mi padre, el docente y ecologista Expedito Cortés, víctima de una bacteria que se salió de control y que le provoca una úlcera estomacal que le condujo a un mortal shock séptico. Fue el 28 de mayo de 2001. Este mismo año y en curiosa coincidencia, el ganador, del Premio Nobel de Medicina fue el médico australiano doctor Barry J. Marshall, quien recibió este galardón por sus investigaciones sobre la hasta entonces misteriosa bacteria helicobacter pylori, microrganismo que acompaña a todos los seres humanos y animales en magnífica y muy útil simbiosis. Después de dos décadas del deceso de mi progenitor, me encuentro un interesante artículo de la BBC de Londres en internet, en donde se relata los fascinantes descubrimientos hechos por una investigadora venezolana, la microbióloga María Gloria Domínguez Bello, sobre la microbiota de los antiguos habitantes de sudamérica, los aborígenes yanomami, waraos, piaroas, yekwanas y guahibos, comunidades muy antiguas que llegaron desde el continente asiático hace unos 15.000 años, que se encuentran desperdigados entre Venezuela y Brasil, casi al margen de la orgullosa civilización de Occidente. Encuentra esta tenaz mujer, que estudió biología en la Universidad Simón Bolívar de Caracas y en Escocia, que las floras y faunas intestinales de estos primitivos habitantes de nuestras selvas tropicales es mucho más rica que la de nosotros, habitantes de las urbes llamadas civilizadas. Sus investigaciones tienen un rasgo que habría gustado sobremanera al filósofo de la ciencia Mario Bunge, pues se combinan en armoniosa síntesis ciencia natural de la biología y ciencia social de la antropología. Comenzaron a estudiar la dieta de etnias vecinas a Puerto Ayacucho, en el Estado Amazonas de Venezuela, para encontrar que tienen muchísimos parásitos en sus intestinos y sin embargo son completamente asintomáticos. Sorprendente. La evolución darwiniana nos dota de parásitos de todo tipo, solo que al salirse ellos de control devienen las enfermedades. Son millones de millones de virus que viven en nuestro interior y que nos ayudan a mantenernos vivos, es lo que la ciencia llama microbioma. Pero en vida citadina estos organismos han visto reducidas sus cantidades y calidades gracias a sulfas y antibióticos que nos suministramos casi sin control, y gracias a nuestra dieta rica en productos industriales refinados que poco contienen las protectoras fibras vegetales que los yanomamis ingieren durante todo el día. Las heces de estos primeros connacionales muestran que poseen una gran variedad de protozoarios en sus entrañas, pues consumen vegetales de sus jardines y comen bastante pescado de los ríos. No conocen Pepsicola ni Mc Donalds. Cuando estos aborígenes se trasladan a los barrios de las ciudades comienza la malnutrición y la pertinaz obesidad. Grasas, carbohidratos sin fibras, alcohol, hacen su mortal trabajo. Mientras que entre los yanomamis aislados hay casi el doble de diversidad bacteriana, en nosotros los metropolitanos ella se ha empobrecido hasta el límite. Sin agricultura y animales domésticos tienen los amerindios aislados mayor riqueza de bacterias y de parásitos intestinales. Domínguez Bello y sus colaboradores llegan a afirmar que los muy primitivos yanomamis albergan un microbioma con la mayor diversidad de bacterias y funciones genéticas jamás reportadas en un grupo humano. No conocen los antibióticos pero albergan bacterias que alojan genes funcionales de resistencia a los antibióticos naturales y sintéticos, sentencia la investigadora venezolana. La occidentalización es un proceso antimicrobiano que se nutre de los conservantes de los enlatados y gaseosas. Hay un aumento de enfermedades inmunes y metabólicas que están asociadas a los estilos de vida urbanos en una relación causal, dicen los investigadores venezolanos a la BBC. Nuestra agricultura moderna no es otra cosa que la sustitución de un ecosistema complejo por uno sencillo, simple. Decenas de variedades de maíz han desaparecido, a tal punto que causó sensación que se haya encontrado una variedad muy antigua de esta gramínea en un apartado rincón rural de México. Los agrotóxicos han hecho retroceder a las muy útiles abejas, insectos que son responsables de la polinización y consecuencialmente de la mayoría de la producción de los alimentos que consume la humanidad. Un pequeño país centroamericano, la muy culta y democrática Costa Rica, tiene un alarmante déficit de tales himenópteros y quizás llegue a la necesidad de importarlas a la brevedad. Inaudito. II. La cultura languidece. Toda esta dramática simplificación va más allá de lo meramente científico, pues entrevé una reflexión sobre nuestra cultura urbana, que se ha dado en llamar occidental. A mi modo de ver, y es mi modesta opinión, esta orgullosa y pedante cultura nuestra tiene un efecto empobrecedor y simplificante del mundo de lo social y de nuestras manifestaciones culturales. Estas ideas se me ocurren tras leer un interesante libro de Jack Goody El robo de la historia (Akal, 2011), así como el deslumbrante ensayo del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012). Todo indica que vamos en carrera desbocada hacia la banalización, lo trivial y lo insípido. Occidente se apropió de la cultura del oriente asiático, dice el antropólogo comparativista británico Jack Goody y la hizo aparecer, simplificándola, como propia. China es un país despótico, estático y atrasado dicen los europeos, como desconociendo los inmensos aportes que esta cultura al mundo: la brújula, el papel, la imprenta, la pólvora y el confucianismo. La ciencia china ha sido superior a la de occidente hasta el siglo XVI. La “alta cocina”, que ya existía en China, India y próximo oriente, y que no es exclusivamente francesa, como se cree, ha derivado ominosamente en los cubitos y sopas Maggie que horrorosamente homogenizan los sabores de la comida. Banalización y superficialidad de la cultura es signo de nuestros tiempos, afirma alarmado Mario Vargas Llosa. La democratización de la cultura ha significado su empobrecimiento y el retroceso de la cultura del libro. Somos consumidores de ilusiones dentro de lo que se ha llamado “cultura de masas” o cultura mainstream. Lo que busca esta cultura es divertir, hacer posible la evasión fácil, nace con el predominio de la imagen y el sonido sobre la palabra, y el proceso se ha acelerado con el uso de internet. La cerveza y los periódicos son enemigos de la cultura, escribió desolado Nietzsche a fines del siglo XIX. A quien escribe le produce enorme desazón que un autor de libros insípidos e intranscendentes como Paulo Coelho tenga muchísimos más compradores y lectores que el cubano Alejo Carpentier o un Jorge Luis Borges. Declina el ecosistema, se asola nuestra cultura. Es doble empobrecimiento, el del soma y el de la psiquis, que avanza, hasta ahora, fatal e inexorable y que nos conduce a la condición planetaria de una gigantesca Isla de Pascua global, así como a la terrible posibilidad que atisbó en 1922 el poeta estadounidense y británico T. S. Eliot: La tierra baldía. Estamos aún a tiempo de evitarlo. Pueblo Aparte, Carora, República Bolivariana de Venezuela, 17 de mayo de 2022.

Al Maestro Con Cariño

Pof. Freddy J. Angulo Lozada Al Maestro con Cariño
No sabría calcular, ni cuantificar el valor inmaterial humano y espiritual de estos seres de luz, que durante su paso transitorio por este suelo venezolano han marcado un hito histórico con su sabiduría y constancia, hoy por hoy se debe de reconocer sus esfuerzos incondicionales en la formación de los nuevos republicano, son los llamados a influir en lo cambio de la nación, según sea proceder con la mataría prominente como son los niños y jóvenes, que se encuentran bajo su tutela, fue Simón Bolívar el primer reconocedor de sus dos maestros insignes como es Don Simón Rodríguez y Don Andrés Bellos, el primero se hizo su más íntimo amigo espiritual en momentos de angustias, ya que Él lo expreso en unas de su cartas dirigidas al mimo diciendo cito: “¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson, Usted en Colombia y Bogotá y nada que me ha dicho, nada me ha escrito, sin duda usted es el hombre más extraordinario”, escribiera Bolívar para este su admirado mentor en unas de sus tantas cartas. Me pregunto, cuántos de nosotros en algún momento de nuestra vida, no hemos tomado un poco de nuestro tiempo en recordar con cariño algunos de estos seres de luz para inmortalizar a estos educadores. Es un reto ser docente en Venezuela, esto se vuelve más difícil cada día. Las razones son muchas, pero muy en especial para los que laboran en organismos públicos, sin ningún menosprecio a las instituciones privadas. Muchos han dicho que el sueldo es mísero o como dicen algunos más criollamente ¡Pírrico¡ que no alcanza para nada, sin embargo para los que asumimos retos, escogemos esa Digna profesión continuando siempre adelante, sin mirar nunca hacia atrás, nuestro propósito, que no es otro que formar a la nueva mies que direccionaran en un nuevo fututo, no muy lejano el destino de esta gran nación. Ser un buen maestro con responsabilidad y sinceridad intachable es la meta a logar con el tiempo y la madures de conciencia, aunque la misión es complicada y ardua, se debe de sembrar esa pequeña semilla es nuestros estudiantes es esta tierras áridas, solanas y productivas, dándoles siempre a estos la inquietud para ser regadas cada días con frescos saberes y conocimientos, con aguas de amor y la paciencia de los hombres y mujeres que asumen loablemente este gran compromiso diariamente de formar y forjar a nuestros hijo, sin ninguna mezquindad. Además este desinterés debe nacer recíprocamente también en los padres y representantes o responsables de los niños y jóvenes, deben de sembrar a sus hijos el respeto y el amor hacia quienes cada día son los llamados, a recibir ese estimulo de confianza en las aulas, sin ningún tipo de interés de recibir nada a cambio de nada. Este desinterés en Venezuela no se debe de perderse en esta época rutinaria y monótona, debe de llegar hasta quienes de una u otra manera tienen en sus manos la decisión de enaltecer no solo el salario del docente Venezolano, sino también el respeto para quienes dejan en su hogar sus cargas y marchan incansablemente a esa ardua labor que es enseñar y dar amor a nuestros hijos. No es fortuita la tarea de todos en romper con los tristes paradigmas de quien escogió ser maestro, lo hizo sólo por motivo de no encontrar más que hacer, no tenemos que hacerlo con mística y clase, no olvidemos que somos un contracto en esta dura carrera que solo algunos podemos llegar a asumir con compromiso y convicción. Todos dudemos tener presente que, de no existir maestros, no existirían escuelas, liceos y universidades, y por lo tanto no habían quienes contribuyeran al país, que todos queremos para nosotros y las futuras generaciones. Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson!, muchas gracias mi mentor por educarme.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Un Mundo de Conocimientos al Alcance de tus Manos

Al llegar al Casco Colonial de nuestra Ilustre Comarca Caroreño se puede divisar en el tiempo de antaño su elegancia arquitectónica, cuando lo más sublime nos embarga el corazón con sus imborrables recuerdos nostálgicos y de desdichas, quien de ustedes no se vio identificado (da) en algún momento de su vida con el solo hecho de visitarla o asistirla en algún momento de una investigación u observación de algunos tipos de libros, artículos periodísticos entre otros, que guardan en si al misterio hechizante del conocimiento. Te estoy ablando de un lugar que fue fundado el 04 de Noviembre de 1.934, que se inicia gracias a un grupo de ilustres Caroreños, donde se centraron en formar conjuntamente un centro de lectura, siendo el precursor de esta idea el Ilustre maestro Chío Zubillaga Perera, además con esta movimiento intelectual se decide que se llevara el nombre del más ilustre y esclarecido caroreño Riera Aguinagalde; fue ubicado en un local llamado la bella durmiente en la calle Bolívar.
Su primer director fue Rafael Oropeza y sucesivamente dirigido por Antonio Oropeza (1.935), luego por Chío Zubillaga Perera (1.939), en este periodo se logra por decreto del general Gabaldòn, presidente del estado Lara la conversión de Salón de Lectura en Biblioteca Pública, además de una subvención del Erario Público. Dos años más tardes la Biblioteca extiende sus servicios a través de la instalación de salones de lectura en los Barrios Torrellas y Barrio Nuevo. Por otra parte, en los anales apuntan al Dr. Pablo Álvarez Yepez (1942), Agustín Oropeza (1.946), Ambrosio Perera (1.949) y Antonio crespo Meléndez (1.955) como directores de esta Institución. En 1.936 cuando el general José Rafael Gabaldòn, presidente del Estado Lara Dicta Un decreto que la convierte en Biblioteca Pública, con su respectiva subvención del Erario Estadal. Continuando, en lo que ha sido la vida de este centro es importante destacar que la Biblioteca Pública “RIERA AGUINAGALDE” ha tenido que soportar desde su fundación, un camino de mudanzas de sedes lo cual ha traído como consecuencia perdidas de valiosos ejemplares bibliográficos. Para el año 1.857, pasa a formar parte de la red de Biblioteca Nacional. Así mismo para el año de 1984, se decide trasladar su sede a la casa amarilla, construcción del siglo XVII, sede de los poderes públicos desde tiempos coloniales y republicanos, propiedad de la Municipalidad quien la da en comodato.
Para la ocasión se le une la sala denominada Centro Bibliográfico “Doña Rosario Montero de Morón” con Títulos referentes a las ciencias sociales, donados mayormente por el Dr. Guillermo Morón. Además de este centro bibliográfico se incorporan una sala de exposición de instrumentos musicales, típicos de la región en homenaje a Don Pio Alvarado máximo exponente de nuestro folklore. Asimismo, la Asociación Civil Amigos de la Biblioteca Pública Riera Aguinagalde de Carora, Por el comité organizador de (ASOBIPRAC) TSU Jesús Colmenarez- presidente- Prof. Freddy Angulo -vicepresidente Jhonny Díaz-tesorero -Prof. Miguel ­­Cuevas-secretario Sr. Pedro Jesús Meléndez- vocal- Lcda. Silsa Vásquez- vocal-Prof. Aníbal Castro-vocal. Invita a todo el Colectivo Torrense a la Celebración de los 78 Aniversarios de la Biblioteca Pública Riera Aguinagalde, donde estamos realizando la semana Aniversaria que lleva como lema: LA CULTURA ES EL INTERMEDIO POPULAR ENTRE LA LUZ Y LA PALABRA, donde se llevará a cabo una serie de actividades Educativas y Culturales, razón por la cual les extendemos nuestra invitación, para que nos honren con su presencia. Estas se realizaran en la Biblioteca pública Riera Aguinagalde para los días: 29/10/12 –05/11/12 entre el horario comprendido Mañana: 8:30 am a 12 M y la Tarde: 3:00 pm a 5: 00 pm. Dirección local: Biblioteca Pública “Idelfonso Riera Aguinagalde. Casa Amarilla, Red de Bibliotecas del Estado Lara. Carretera 9 Lara entre 2 y 3.

jueves, 15 de julio de 2021

Cuento Historico

 

ANGUERA TRANSPORTS, SA Logistica para ahorrar costes.Página del transporte  europeo en España.Cuentos del formidable R.E.O.

Por Freddy Jesús Angulo Lozada.


CAPITULO I

Una tarde de cuya fecha ya no me acuerdo, sin embargo creo que era un mes de mayo de 1949.
    Vino a mi casa Joel Elías Montero, andaba en busca de un zagaletón como el mismo lo definía para que le sirviera de ayudante en los menesteres de sus ocupaciones que era el transporte de mercancía en un vehículo de carga en continuos viajes por parte del país.
    El vehículo era un R.E.O. de marca internacional, marca que hoy ya ha desaparecido.  Me gusto la oferta que hizo y sin ningún argumento adicional acepte.
    Eran tiempos de vivir aventuras

 yo no conocía el país, era la ocasión, los emotivos sueños de un jovenzuelo que apenas había recibido el 4to grado de instrucción primaria y que no era su intención seguir estudiando, nadie se interponía a esta decisión pues quienes podrían hacerlo ya no estaban en este mundo.  Así pues que yo me encontraba cómodo con la situación y Joel Elías feliz por haberse encontrado a un inocente a quien explotar sin riesgo a recriminaciones laborales.
    Esa misma tarde empaque en una pequeña valija de cuero y cartón una muda de ropa, unas alpargatas y emprendimos el viaje.
    El itinerario a cubrir era Barquisimeto-Caracas, Jolemon, le llamaban cariñosamente a Joel Elías Montero parientes y quienes lo conocían de cerca, su oficio de toda su vida, decía él, había sido el de comerciante ambulante, con intervalo de unos 3 o 4 años en la C.A. Milkao A-1.  En los dos caminos en el Estado Miranda.
    Se recorrían todos los pueblos del Estado Yaracuy aledaños a la carretera principal de manera que cubriendo este itinerario y la costumbre de Jolemon de manejar a tan baja velocidad el cálculo de llegada a Caracas seria de tres días por lo menos.
    Aquel vehículo de carga era un REO de medio uso que Jolemon había adquirido en venta por abonos a favor de la compañía Milkao A-1.  En el decir de las gentes aquel REO le habían colocado un motor diesel reforzado utilizado únicamente en las unidades de transporte de la II guerra mundial.  Jolemon nunca estuvo interesado en saber si esto era cierto o no, a él lo único que  le interesaba saber era si su formidable REO estaba en condiciones de soportar las duras tareas a las que a diario el sometía a esta máquina, testigo fui en muchas ocasiones como este chofer inducia a su camión a injustos esfuerzos haciéndolo andar por caminos tortuosos y difíciles por los cuales ningún neumático había dejado sus huellas en la tierra.  Recuerdo que en la época que estuve a sus servicios que construían la carretera Lara-Zulia.
    Quedan en mí, concisiones, semblanzas de los atractivos pasajes de esta historia.  Salimos: en procura de algún lugar en donde colocar la carga de bebida (refrescos) que no pudimos vender en Carora.  Jolemon tenía noticias de que justamente por el sitio en donde estaban las constructoras moviendo los terraplenes existía un pequeño pueblito que tenía cuatro negocios a manera de factorías-surtidores de los poblados hasta el estado Zulia. 
    Jolemon en expresión conminativa se  dirigió a mí –vamos  Vale Nico a ver a quien carajo le vendemos esta vaina-.
    Los vocablos usados en tan lenguaje soez tenían una razón en cierto modo aceptable por lo menos para mí. 
    La mercancía no tenía buen mercado, y los comerciantes poco la procuraban debido a que el envase era retornable y en situación de vacío permanecían en un estado muy antihigiénico.  Solo en los lugares lejanos de las urbes eran recibidos de buen agrado ya que allí no llegaban otros productos y cuando lograban obtenerlos eran sumamente costosos.


CAPITULO II
CONSTRUCCION DE LA LARA- ZULIA.

    Palmarito se llamaba el pueblito que según los arrieros tenía cuatro negocios que compraban por mayor cualquier mercancía que se le presentara, Jolemon  y yo sin dilación alguna aquella mañana suave y fresca pero que anunciaba una soleada, ardiente y quemante como el sol de desiertos.  Empezamos a subir los terraplenes de aquel terreno encarpado donde solo se oía el ruido de la maquinaria pesada que laboraba en la construcción de la carretera y además el ruido onomatopéyico del motor de REO Bu bu bu, cuando el acelerador iba a medio pedal Jolemon solía comentar –este carro no se le puede pisar mucho la chancleta porque se le puede romper la cadeneta-.
    Yo nunca pude enterarme de la composición mecánica de aquel camión y tampoco me interese en conocerla y que si lo hacía iba a ser una tarea adicional que nunca tendría remuneración alguna.   Tal vez esta pudo ser la razón por la cual el carro y yo estuvimos durante dos meses; el camión accidentado y mi persona cuidándolo, en un lugar que llamaban Cabure.  Un campo de unas diez casas, una laguna que servía de abrevadero de los animales domésticos, buen honor le hacían con este nombre pues abundaban las aves de rapiña, comedoras de cadáveres de serpientes y salvajes, el carro se accidento porque se le daño la cadeneta y el repuesto no lo había ni en Barquisimeto ni en Caracas y tuvo que ser pedido en la ciudad de Toronto, en Canadá, según los exportadores era la única parte donde se hallaba tal accesorio.
    Jolemon me dijo – vale Nico quédese cuidando el camión y aguaite bien, no sea que si se descuida le roben la arroba de queso que compre en Orizon rico.  Yo al ver que nada decía con qué tipo de alimento me iba a sostener durante el tiempo en el cual esperaría el repuesto, pregunte: - ¿y yo que como?
Despectivamente me respondió:- coma queso y cuando se aburra cambie la ración de un día por ahí, en cualquiera de esas casas le hacen el trueque hasta por buen caldo de gallina.
    Alguien allí le había alquilado una mula y sobre ella salió de aquel sitio para no volverlo a ver hasta setenta días después cuando apareció acompañado del mecánico.  Durante todo ese tiempo hice amistad con una familia del lugar de apellido Cuicas.  Con ella hacia los trueques de queso por otras clases de comida, entre aquella familia había un zagaletón de unos 11 o 12 años que se convirtió en mi compañero de andanzas y de no hacerme la vida tan monótona en aquella solitaria y calurosa sabana.  Este joven tenía por nombre Alberto, entre los demás chicos de la región este resulto ser más habilidoso.  Le pregunte por qué no estudiaba, a lo que me contesto que no, -¿y por qué?- refute.  El estiro su mirada al cielo y dejo escapar un profundo suspiro, en el parecía hilvanar el hilo de una esperanza y luego de una pausa dijo –No, por aquí no hay escuela-.
    -¿Te gustaría saber leer y escribir?-.
    Y este en apresurada sonrisa respondió: -¡Claro que me gustaría!-. Mi mama dice que ella soñó que vendría un forastero que me enseñaría a leer y escribir.
    Yo con una súbita decisión le dije:-Puede ser que ese forastero sea yo-.
    Y del dicho al hecho, ese otro día comenzamos los preparativos en la idea de improvisar un espacio para la escuelita.  Se invitaron a los demás niños y todos asistieron con cuadernos improvisados por nosotros mismos, con la didáctica que yo había aprendido en los primeros grados les enseñe las primeras letras.
    Alberto era un joven muy aplicado, ávido de aprendizaje, cuando me vine de aquellas tierras ya el muchacho sabía leer e intentaba dominar la escritura.
    Aquella idea que puse en práctica por distracción y por el interés de aprender que  tenía Alberto,  recompensa que tuve muchos años después, cuando por invitación de un amigo oriundo del ya crecido Palmarito fui de visita.  A las puertas de una elegante farmacia, de pie un apuesto caballero como de unos 35 años y sobre su ropa normal la clásica bata de médico.  Con cierto aire escudriñador se acercó hacia donde nos encontrábamos mi amigo y yo, y dirigiéndose a mí pregunto: -perdone la interrupción pero acaso no es su nombre Nicanor Pérez?-.
-si- respondí, con visible semblante de desconfianza.
-¿No se acuerda de mí?
-No-, repuse extrañado.
-Yo soy Alberto, el hijo de la señora Estelvina, no recuerda que fue usted el que me enseñó a leer allá en Cabure.  En un ligero cambio de estado de ánimo exclame -¡Entonces eres tú!.  El zagaletón! Que me hiciera pasar mis buenos ratos de distracción en aquellas sabanas de Cabure ¡Qué bueno!.  ¿Entonces eres farmaceuta?.
-¡Claro!, después de aprender las letras que usted me enseño me fui a Carora, estudie la primaria, luego por iniciativa de un tío paterno pase a Valencia y allí, saqué el bachillerato, finalmente a Caracas a la universidad.  Me gradué de médico farmacéutico, becado por supuesto, y aquí me ve ejerciendo la medicina y con una farmacia propia.  
Señalando el local dijo: -La ve, es mi casa de habitación y una familia que quiero que la conozca.-
Mi amigo y yo pasamos momentos muy agradables a expensas de la anfitrionería de aquel médico que surgió de la idea de buscar un entretenimiento para aplacar el tedio o el esplín como dicen los ingleses.  Demás está decir que me sentí muy complacido por el progreso personal, creo así que el sueño de Estelvina se materializó en mi persona y eso me llena de regocijo.
Tuve la dicha de servir al prójimo como buen cristiano, creo que cada vez que se nos presenta la oportunidad de extenderle la mano a un amigo en función de ayudarlo, en ese orden estaremos cumpliendo con el fin más preciado del ser humano.  De la estadía que tuve como ayudante del entrañable formidable REO al servicio de Jolemon pienso que mi paso por Cabure fue la mejor, la más grata, al recordarla, una que otra lágrima se me escapan de los ya viejos y cansados lagrimales.  Pero continuemos, volvamos a lo anterior.


CAPITULO III

Tanto Jolemon como yo éramos oriundos de Carora, razón por la cual este se conocía todos los municipios del distrito Torres y por ende los puntos esenciales en  donde podía colocar su mercancía.
De Caracas se traían bebidas embotelladas, la carga se vendía con todo y envase, luego mientras los detallistas colocaban al detal aquel producto a los parroquianos como público en general, nosotros recolectábamos toda clase de mercancía menuda desde cereales, lácteos, huevos, y hasta carne de caza.  Una vez que se calculaba que los comerciantes habían salido del producto gaseoso o simplemente embotellados, se les llevaba nueva mercancía y se le compraban los envases vacíos a mitad de precio de cómo el detallista lo había cancelado.
Esta rutina la viví durante los 6 años que estuve a sus servicios; seis años todos llenos de anécdotas que mueven a risa y a deslastrarse un poco de las horas de tedio y de aburrimiento que a veces suele ocurrirnos a los que en edad senil estamos a la espera de que se nos facilite el boleto para el viaje al otro mundo, nos queda como consuelo el recuerdo, las remembranzas de tiempos pasados.
Resulta que en una ocasión sucedió que Jolemon tenía un cuñado por parte de su esposa que laboraba en un establecimiento hotelero en la ciudad de Caracas, este personaje tenía por nombre José Simón y como era costumbre de la época los caroreños le redondeaban el nombre a las personas formando un descompuesto apocope pero ello era característico del gentilicio regional de forma que el nombre de José Simón venía a ser “Chemón”.  Este personaje que también era de aquellos lugares del Distrito Torres tenía fama entre quienes lo conocían como el de un consumado tacaño.
Este vivía con sus padres y algunas de sus hermanas en la capital de la República por los jardines del Valle.  Un día en que nos encontrábamos reunidos en un cordial encuentro familiar en el seno de la familia Molina, pues era este el apellido de José Simón, nos encontrábamos como dije antes, Jolemon, yo en calidad de invitado.  Chemón en amena conversación hizo a Jolemon en siguiente comentario: -cuñao, me gustaría aprovechar la oportunidad, ya que me hayo de vacaciones de ir a visitar a mi abuela Rosario allá en San Francisco.  Son varios los años que tengo sin verla.-
La abuela le había enviado una carta en donde le recriminaba su actitud de tan larga ausencia y que no quería morirse sin verlo por última vez.
-según creo usted viaja hasta Carora de manera que no sería maloso el empujón hasta allá; ¿qué le parece si me da la cola?.-
Jolemon que no era muy propicio a la amistad de José Simón debido a la pedantería de este- balbuceo en tenue voz como tratando de que su cuñado no se diera cuenta de su expresión un tanto despectiva.  No le agradaba la proposición pero estaba entre la familia de su esposa y algo le decía que debía cuidar de su comportamiento.  Aquellas gentes eran muy susceptibles a un desaire, esto lo sabía José simón y por ello solicito el favor con el medio más propicio a su interés.  Jolemon guardo una pausa y comento para sus adentros .- Baboso ¿No sabe este pendejo que a mí no me agrada su compañía? Luego dijo:
-Como no cuñao, nada más placentero que viajar entre familia.-
Mientras en su pensamiento comentaba.- Le voy a hacer la vida de cuadritos.-
Nada era de extraño entre aquellos dos personajes que Vivian en una constante intriga.  La reunión que había sido de origen diurna se alargó hasta la media noche.  Mi cena fue una jugosa barbacoa y una abundante gaseosa, comida esta que no volvería a degustar durante mucho tiempo mientras anduviera con Jolemon.
Terminada la reunión la familia opto por irse cada quien a su cama.  En la mañana habíamos cargado el camión con 400 gaveras de bebidas variadas, chicha, chocolate, naranja y cola, sabores que producía la Milkao.
-Prepare el encerao que nos vamos, vale Nico.- me dijo Jolemon.
Yo estaba presto a cualquier ocurrencia porque en los pocos días que tenía trabajando con él me había dado cuenta de los cambios repentinos, la volubilidad era frecuente en él.  Jolemon le abrió el encendido al vehículo en procura de que el motor se calentara, José Simón  que no se había ido a dormir oyó el ruido del motor y pregunto en actitud curiosa .- ¿y eso?.-
-Nos vamos- respondió Jolemon.
-¿cómo es la cosa?.- exclamó José Simón.
-Nada que nos vamos-
-¿A esta hora?
-Yo no aguardo salida, el que quiera andar conmigo tiene que adaptarse a mis costumbres, ¿no le parece cuñao?.
José Simón noto la mordaz ironía de Jolemon pero que podía hacer y en actitud de buen samaritano balbuceo.- Bueno tendré que conformarme, está bien cuñado.- dijo en tono despectivo.- Si tenemos que salir ahorita nos vamos ¡Quién dijo miedo!.-
En quince minutos estábamos en camino, a eso de la una llegamos a la Victoria, población aragüeña de recordadas gestas libertadoras.  Allí había un lenocinio que funcionaba como un bar, de nombre “Las tres botellas” negocio que entre sus distracciones tenía varias mesas para jugar billar, a cuya distracción Jolemon era muy aficionado.  Estaciono el vehículo frente al bar y dirigiéndose a ambos dijo, -espérenme aquí, ya vuelvo.-
Yo sabía que ese “espérenme aquí” era largo.  José Simón en el transcurso de 20 minutos comenzó a inquietarse y se preguntaba en voz alta.- Que estará haciendo el cuñao que no regresa.-
-no va usted a saber.- refunfuñe  
-El billar es uno de sus juegos favoritos y cada vez que pasamos por este lugar se gasta hasta cuatro horas jugando.
José Simón comentó.- A caray, esto sí que me resulta fastidioso, no conocía esta mala costumbre de mi cuñado.
-Pues ya lo supo amigo Chemón, yo le aconsejo que tome una de las rutas que van para Maracay y de allí se embarque directo para Barquisimeto.-
-No, no refuto José Simón.- Ya estoy metido en este hueco.- Una pausa con visos de conformismo, balbuceo.- qué le vamos a hacer.
Abrió la portezuela del carro y se fue hasta las llantas traseras a vaciar su vejiga.
Mientras yo me acercaba a una de las ventanas forradas en barras de aluminio a manera de celosías y Jolemon al verme vino hasta mí, cuidando de que José Simón no la pillara.  Usted apreciado lector se preguntará ¿cómo es que en vez de ir a enterarse de cuanto hacia el otro personaje en aquel bar va es el personaje narrador?.-  Sencillo viendo la condición de tacaño del personaje “Chemón” era forzado pensar que este por temor a la solicitud de un brindis que le hiciera Jolemon prefería abstenerse y no darle rienda suelta a su curiosidad que resultara en desmedro de su bolsillo.
Ya casi amanecía cuando de nuevo tomamos carretera a las tierras de Centroocidente.
Hallándonos  ya por las riveras de Puerto Cabello, cuando las horas de la mañana apuraban su paso viajando bajo la presión de un calor sofocante y un sol reverberante que azotaba el pavimento con un vislumbre destellante de luz que  semejaba pequeñas lagunas en medio de la carretera.  Después de pasado el meridiano como a la una llegamos al palito, en aquel lugar existía un terreno que los viajeros lo usaban como aparcadero y por ende para descansar en las horas nocturnas, en el día no tenía mucha afluencia de vehículos estacionarios, en el centro del terreno existió un pequeño arbusto que daba una buena porción de sombra.
Jolemon  desde la ventanilla del R.E.O. fijo su mirada en el arbusto y dirigiéndose a mí dijo:
-Mire vale Nico, bueno para una buena siesta y dicho esto giro el vehículo con dirección hasta el centro del terreno.
El arbusto en apariencias se veía débil pero en realidad era capaz de soportar el peso de unos 86 kilos que dispensaba la humanidad de Jolemon.  Este sin mediar palabra alguna colgó la hamaca de la carrocería al arbolito y se echó a dormir.  José Simón interpeló:
-¡Pero cuñado, pero si llevamos enfilando hacia Barquisimeto, allá descansamos, no creo que falte mucho.-
-Caray.- Refunfuñó Jolemon. –Cómo se nota que usted no viaja.  En este camión son como 7 horas más de recorrido, yo me hayo cansado y así no puedo manejar.
No respondió más a la pregunta de José Simón y se acomodó de manera que no lo molestaran más.  José Simón con visible disgusto se fue hasta donde pudiera embarcarse para Barquisimeto y Jolemon al darse cuenta que este había ido se levantó de su descanso y con una picaresca voz salpicada de satisfacción dijo: -Que siquiera pague el pasaje!-, agrego- Tacaño y pedante, convengo en que es una desgracia tenerlo por cuñao.  Fue hasta un recipiente que contenga agua limpia, se lavó la cara a la vez que me decía:
-vámonos nosotros vale Nico.-
El itinerario del Palito a Barquisimeto fue de casi 5 horas pues como en  anterior oportunidad les comente Jolemon tenía acostumbrado al vehículo a no desarrollar más de 20 o 30 kilómetros por hora.
La tarde se vestía con los lucidos colores acuarelísticos de la hermosa madeja que formaban los bellos crepúsculos únicos en su contenido artístico, clásico y eterno adorno de aquella ciudad larense.

CAPITULO IV

    Al llegar a la ciudad subimos la calle aun sin asfalto llamada: la concordia, la casa de la familia de Jolemon quedaba cerca del hotel de verano estaban en época por los alrededores de la vivienda de Jolemon, la inauguración de un estadio que todavía no tenía nombre jugaban dos equipos de beisbol según decía la gente El América y El Japón.  Entre tanto la esposa de Jolemon nos servía la cena, luego después de la comida José Simón y Jolemon se fueron a dormir no hubo ningún comentario, el sueño los rendía a todos, yo tenía que irme a cuidar el camión que llevamos para Carora con ruta a San Francisco.
Con los primeros albores de la mañana nos despertamos, en la cocina la esposa de Jolemon comentaba con su hermana sobre las cadencias del viaje de Caracas y lo complicado del camino y sobre las ocurrencias de su marido que ella llamaba travesuras.
-Si ves a mi abuela Rosario le dices que le mando un abrazote y que un día de estos la voy a visitar.
Vi servidos sobre la mesa unos suculentos Bistec pero ninguno eran para mí, una taza de avena y un pan con mantequilla fue mi desayuno.  Al reunirse la familia alrededor de la mesa del comedor, entre ellos un joven como de unos 15 años que resultaba ser el hijo mayor de Jolemon.  No se dijo nada que refiriera los discordantes momentos que Jolemon le hizo pasar a su cuñado luego los consabidos adioses y abrazos y un rato después estábamos en camino.
En un viaje normal deberíamos estar en Carora a más tardar como a eso de las 10am.
Con la santa paciencia de Jolemon llegamos pasado el meridiano para ser exacto a la 1:40.  La estación era la casa de los padres de Jolemon, José Simón tenía también unos parientes en aquella ciudad Torrense.  Este pensó que su cuñado se hallaba en su ambiente; su tierra, su familia, era posible que esté destinara algunos días de descanso antes de salir para San Francisco.
Aquella tarde comenzaban a congregarse unos oscuros y fatídicos nubarrones hacia el oeste de la ciudad, precisamente donde estaba previsto el ultimo itinerario de los viajeros.  El invernal estado presagiaba una azozaina borrasca.  Pero este temporal no amilano a Jolemon y sin previa mediación con su papá que intentaba convencerlo de que el ambiente no era propicio para coger carretera.
-No viejo, yo tengo que amanecer mañana en San Francisco, no se preocupe papá.- dijo.
-Usted más que yo conoce como se pone el tiempo pa´ los laos de la candelaria, amenaza tempestades pero casi nunca llueve.
-Valle-dirigiéndose a mí – busque a mi cuñao en casa de su primo que allí debe estar, dígale que si quiere venir con nosotros que se traiga sus macundales ya mismo porque estamos por salir.-
Ciertamente me fui a casa de Ramiro Medina y allí lo encontré, en cuanto me vio me interrogo.- ¿qué hace usted por aquí, vale, Nico?
-Lo mando buscar el señor Joel- fue mi respuesta.
Y con voz de sorpresa acoto.- ¿y para qué me querrá el cuñao?
-Pues como se supone que desde que salimos de Caracas el destino es San Francisco, ya mismo nos vamos.-
Con inquietante incertidumbre expolio una oración.- Que vainas tiene el cuñao.
Alargo una pausa mientras en tono de incomodidad se pasaba las manos por el rostro como intentando limpiarse el tenue sudor que brotaba de sus poros, luego continúo.
-Ese carajo será que no se da cuenta como se forman esos barriales por esas playas de la Candelaria, esas no son más que ganas de joder, pero bueno que le vamos a hacer.-
Tomó una maleta y se despidió de su primo Ramiro y su familia y con un leve movimiento de nuca me indico que marcháramos.
En el camino le comente.- usted tiene la razón, esa idea de irnos hoy, no es más que capricho, es más, yo creo que Jolemon lo que quiere es que usted se moleste; busca incomodarlo, que se sienta mal, eso es todo.-
-Claro!- Respondió.- eso lo sé!, pero voy a demostrarle que soy perseverante y que pase lo que pase yo llego con él a San Francisco.
Jolemon atizaba con énfasis cualquier ocasión que se le presentase en función de hacerle pasar malos ratos a José Simón.

CAPITULO V

La tarde se puso oscura, presagiaba una tormenta mientras los nubarrones seguían concentrándose en los cielos de la Candelaria. Al verlos Jolemon comentó extrañado.-¡Caramba!, yo creí que usted le iba a tener miedo a las nubecitas esas que no joden a nadie.-
-Eso lo dice usted porque cuenta con ese camión que es un carro fanguero. Pero dígame usted si en vez de este R.E.O. tuviera un 350 de esos que están saliendo ahora, ¿verdad que no sería capaz de enfrentársele a esas nubecitas como usted dice?, ¿verdad que no?-
-Bueno- dijo Jolemon en tono de mal humor.- estamos perdiendo tiempo, dejemos para otro rato la conversadera y pongamos el pie a los estribos.-
Ambos, Chemón y yo nos acomodamos en los asientos y Jolemon arrancó el vehículo  y tomamos la vía de la Candelaria.
José Simón en su abrupto silencio parecía apostar a que la amenazante tempestad se desplomara sobre la senda a ver si la tan inofensivas nubecitas no nos iban a causar estragos.  El aplomado silencio permaneció por largas horas a ninguno de los tres viajeros se nos ocurría pronunciar una palabra, la noche estaba espesa e indistinguible, apenas si con la luz de los faros del camión se podía apreciar alguno que otro cardo que con figuras espectaculares parecían fantasmas crucificados.  Los nubarrones empujados por el viento iban desapareciendo del ambiente y el cielo despegado asomaba una luna que con su tenue luz iluminaba la noche y la tornaba serena.
Jolemon extrajo del bolsillo de su camisa una cajetilla de cigarrillos, encendió el suyo a la vez que ofrecía a José Simón y con cierto sigilo y vanidosa postura comento.- No le dije yo que esas amenazas de tempestad son pura bulla.  Acaso no conozco yo este territorio.- hizo una pausa y continuo.- Casi como la palma de mi mano-
José Simón no hizo ningún comentario al respecto, encendió el obsequio y se limitó a consumirlo.  Así en santa paz llegamos a la Candelaria como a eso de las ocho.  A la débil luz del alumbro público representado en las bombillas, se le acumulaban enjambres de lánguidos insectos tratando de alimentarse de la también débil luz que desprendían los amarillentos focos.

 CAPITULO VI

El pueblo no tenía más de cuatro calles, una con diez cuadras y las otras dos con cinco cada una, el resto del poblado no era más que un desordenado montón de bahareques construidos con las fibras de cardo seco llamado hacho.  En la primera esquina de la entrada al poblado a mano derecha quedaba ubicado la pensión cuyas paredes orientaban un aviso publicitario con el subjetivo nombre “El eterno descanso”, la conformaban unas 5 o 6 habitaciones de muy baja calidad, contentivas de un catre, un aguamanil y un espejo que pendía de la pared lateral izquierda y un antiguo mueble al estilo Luis XV, reservadas esa noche, porque según Pascualon el posadero ya estaban ocupadas debido a que el día siguiente era 2 de febrero, día de la Candelaria y habrían fiestas patronales, con el espectáculo más interesante que serían las peleas de gallos.
-Queremos posada, bueno para mí, porque mi ayudante se queda en el camión.
El señor dijo, señalando a su cuñado, - No sé si estará interesado en una habitación-
-Ya les dije-, refuto Pascualon.- todas las habitaciones están ocupadas.  Lo que queda para hospedarse es el aposento de guindaderos, no hay más na´ que actual yo les pueda ofrecer.
El tal aposento no era una pieza, ni un cuarto por el estilo, era algo como un galpón que tenía aros incrustados en las paredes para colgar los chinchorros y/o las hamacas.
-¿Y cuánto paga uno para quedarse?- Pregunto Jolemon.
-Cinco reales- contesto el posadero.
José Simón interrumpió el parloteo y dirigiéndose a Jolemon preguntó.
- ¿y es que usted piensa quedarse cuñado?
-Así es.- acotó Jolemon.
Este con cierta inquietud indicó.- ¡Pero si estamos tan cerca de San Francisco!, ¿qué gracia tiene que  tengamos que quedarnos aquí?
Jolemon en tono de burla respondió.- La gracia la tengo yo, que soy el dueño del transporte, además no he hablado en plural, si usted quiere irse es libre de hacerlo, yo no lo voy a atajar.-
Aquella jeringosa situación me resulto incomoda y decidí irme a mi descanso habitual a los asientos del R.E.O.  Me fue difícil lograr un buen reposo, movimientos de personas en la oscuridad de la noche me hacían a cada instante entrar en sospecha, pendiente de si alguien intentara atacarme.  Esta anomalía se la hice saber a Jolemon de manera que si pensaba quedarse como se notaban sus intenciones no dejara el vehículo en plena calle.  Día domingo y festividades públicas presagiaban de que la futura noche resultaría bullangosa y sobre todo peligrosa.
-Vale Nico no se preocupe, después que me desayunes cambio el carro a un lugar seguro.-
La parte que fungía de comedor era un sitio bastante ventilado, una mesa larga donde se apostaban los comensales, casi al final de ella se hallaba José Simón, engullía una arepa rellena con queso de cabra y a intervalos consumía sorbos de café negro.
Le pregunté.- y por fin ¿qué paso anoche?-
Su respuesta, con un bocado aun sin masticar.- ¿qué paso de qué?-
-Bueno de la discusión que tenían ustedes dos?-
-Pues nada, lo convencí de que nos fuéramos hoy por la mañana, es más, ya deberíamos estar en camino.
-No creo, Jolemon no es una persona de convencerlo tan fácilmente.
-Pues anda y le preguntas tú mismo, hace ratico lo vi por el lavadero, seguro lavándose la cara.-
No quise seguir insistiendo, creer me era difícil, si tal actitud asumió Jolemon no pasa de ser una de sus tantas fanfarronerías.  Cierto, lo conseguí haciéndose un ligero aseo personal.
-¿movió usted el R.E.O.?-
En tono airado me respondió.
-Le dije que después que desayunara y aun no lo he hecho.-
Luego, cuando se secaba la cara y las manos con una toalla descolorida por el tiempo de uso, que siempre terciaba sobre sus hombros acotó.
- Vaya a ver que come usted.
Y como indicándome que lo más barato del menú eran un par de huevos fritos o una ración de suero.  Me encogí de hombros y di vueltas sobre sí para retirarme, no sin antes preguntarle.- ¿nos vamos ahora en la mañana?.-
-No vale Nico, eso no lo he pensado todavía.
Un leve y emotivo suspiro note en su semblante, agregando.
-La fiesta patronal parece que va a estar buena y hasta creo que debemos quedarnos para disfrutarla.
-¡Pero Chemón dice que usted le prometió que nos íbamos a ir hoy en la mañana!
Con cierto destello de ira exclamó.- ¡Yo no le he prometido nada a ese guaro!, que se deje de pendejadas el cuñao porque lo puedo dejar pu aquí abandonao.  Él sabe muy bien que el carro que pase para San Francisco será de aquí al siglo que viene.
Sorteé camino hasta el comedor en procura de comer algo, no me pareció correcto seguir atizando el fogón y cerré la boca.  Decidí no abrirla a no ser que fuera para recibir órdenes o sobre asuntos que no tuvieran relación con la pugna en cuestión.

CAPITULO VII

El día comenzó muy entusiasmado, las calles enferiadas, adornadas con cintas multicolores como novias ataviadas para la boda.  Como  a eso de las 9 am. Comenzaron a llegar las gentes que darían brillo al espectáculo. Jinetes sobre sus cabalgaduras para coleadas de toros, titiriteros, vendedores de barajitas y músicos, más tarde como a eso de las 11:30 empezaron a llegar los galleros.  Algunos ya habían llegado en la noche, esa era la razón por la que el posadero informaba que las habitaciones estaban ocupadas.  Recuas de mulas cargando las finas cuerdas de gallos y unos que otros que solo la hacían en calidad de apostadores.
Las rocolas sonaban a diestra y siniestra, el jefe civil había ordenado que la planta eléctrica permaneciera encendida a fin de que los aparatos que funcionaban con energía eléctrica pudiesen cumplir con su acometido.
Pero volvamos un poco más hasta la llegada de los galleros.  A distancia se oyó el ruido de un vehículo, era un pequeño roll-royce, los parroquianos se apersonaron a la entrada de la primera calle, como para dar una bienvenida a quienes venían en el auto, Monseñor Benítez Paredes y dos personas más aparte del conductor, que traía puesto un espejuelo exótico quizás para cubrirse del polvo del camino, los dos viajeros eran nada más y nada menos que don Celestino Zubillaga, y una dama, la señora Gabriela Dorantes, mujer muy joven aún, esbelta y de una postura Patricia, vestía una blusa azul acampanada y unos pantalones color pastel y las típicas polainas de quien es amigo de los placeres equinos, sobre su cuello una bufanda de sedalina.  Según comentarios era oriunda del estado Falcón, Don Celestino, caroreño de pura cepa, perteneciente a la dinastía de los godos.
CAPITULO VIII
Las aves de pelea tremolaban su típico canto mientras unos dueños y otros empleados los preparaban para el combate como émulos gladiadores que en el palenque tendrían que entregar sus vidas en aras de que una diversión del género humano tuviese un resultado placentero.
El hombre más importante del lugar era Juan Felipe Granadillo originario de Colombia pero nacionalizado venezolano, alias gallo mocho, mote ganado debido a la burla costumbrista de llamar al gallo perdedor “gallo mocho”.  Era la persona más acomodada de la Candelaria, aparte de la gallera que generalmente estaba en actividad todos los fines de semana, era también el dueño de la pensión, además tenía tierras y una cría de porcinos en las riveras del pueblo.  Cuando hablaba de su país natal, según él, se jactaba de haber trabajado en el ingenio más productor de azúcar de aquel país “La Manuelita S.A.”
En orden jerárquico, el otro personaje era Ceferino Díaz músico de coleadas, ejecutaba cualquier instrumento de cuerdas que llegara a sus manos.  Propietario de una pulpería que menos que tienda o bodega no pasaba de ser una ratonera, en donde nadie conseguía la mercancía que solicitaba. ¡Ah, pero era el jefe civil! Y con el visto bueno del coronel Ambrosio Delgado Zamora, gobernador del Estado.  Hombre de cierta cultura y personalidad bonachona, con amigos en todos los Estados Unidos y Venezuela.
Otro personaje de relieve, un vetusto y folclórico  mujeriego de nombre Secundino Morales; refranero por antonomasia.  Sus labores cotidianas consistían en ordeñar cabras de su propiedad y luego salir a vender el producto del ordeño. En las calles y en los caminos cuanta joven se encontraba a su paso le expoliaba un piropo.  Cuando alguien le recriminaba su conducta don juanesca solía decir.
-¡Pues que no!, ¡Que pa´burro viejo pasto nuevo! ¡Si la moza me hace caso!.- luego una pausa y agregaba.- Ya ve usted la cuerda de chavalos que andan realengos por ahí.- Con pasmosa vanidad terminaba el comentario.- Algunos son míos.-
Cuando se trataba de una mujer casada o comprometida argullia.- a cabra con cabron yo no le arrimo la brasa.-
En sus largas y triviales conversaciones, en el corredor de su casa tenía en el piso cercano al sillón diseñado y forrado rústicamente con piel de chivo, al que llamaba silleta, una escupidera de aluminio que le servía de receptáculo de sus copiosos y continuos disparos de escupitinajos cargados de la ebanosa y picante brea extraída del tabaco, nicotina solida llamada “chimo”.  Tan certero y fuerte era el escupitinajo que el perol por su forma redonda giraba como una zaranda.

CAPITULO IX

La jolgoriosa riña de gallos en conjunto con el caer de la tarde comenzó.  Las gradas llenas de bote en bote, las apuestas eran jugosas, gallos de fama ganadores en otros importantes palenques competían en esta oportunidad en el humilde pueblito de La Candelaria.  A don Celestino le mataron un gallo que había sido campeón en todas las galleras del país.
Jolemon entro al palenque no solamente a ver las peleas, él era un consumado fanático de los juegos de azar y de seguro que estaba en esos menesteres olvidando que tenía pendiente continuar el viaje a San Francisco. Chemón o José Simón se encontraba como un espectador ante una tribuna improvisada a manera de anfiteatro en cuya tarima presentaban y tomaban la palabra algunos personeros, tal es el caso de monseñor Benítez Paredes que en su disertación hablaba de las bondades de los habitantes de la candelaria y sobre todo de su jefe civil que dirigía la administración pública como un verdadero alcalde, pero José Simón no estaba allí para oír la apología del cura sino porque había una abundante repartición gratuita de bocadillos elaborados por los mejores chef de Barquisimeto, además las muy frías cervezas Zulia y Caracas.
En resumen, las riñas de gallos y las peleas en sí, duraron lo que duro el gasoil que alimentaba la planta eléctrica, en las ventas empezaron a salir las lámparas carburo y  una que otra de gasolina, pero en la posada habían como siete y velas y velas por donde quiera.
La gente comentaba por doquier que era culpa del jefe civil Ceferino que no se había percatado de no tenerle suficiente combustible a la planta.  La oscuridad no fue obstáculo para muchos.  Los vendedores de aguardiente siguieron vendiendo y los bebedores bebiendo, tal es el caso de Pascualon que tenía una parrillada de carne y chivo y una sopa de mute de ovejo y arepas de maíz pelado y una buena ración de guarapo fuerte.
Jolemon que había ganado algunas apuestas se portó generoso conmigo y ordeno que me dieran un servicio y Pascualon medio un buen trozo de carne con una arepa.  José Simón se acercó hasta donde estábamos Jolemon y yo, y también recibió el obsequio de una buena comida.  Jolemon al ver los ojos brillosos de Chemón preguntó con buen acento adivinatorio.
-¿Usted como que anda cerveciao cuñao?-
José Simón respondió con desgano.- Bueno si algunas.-
Jolemon murmuro casi mentalmente. -Calburiado y gratis, porque en la tarima están regalando.-
Pregunté tímidamente.- ¿Usted va a mover el camión del sitio donde está?, yo no pienso quedarme en ese lugar, ahí no se duerme nada.
Jolemon exclamo.- ¡Caray se me había olvidado!. Vamos vale Nico, busquémosle un lugar cerca del aposento donde lo podamos ver a simple vista.-
El aposento colindaba con la segunda calle.  El sitio, un lugar donde los arrieros acomodaban sus recuas allí, Jolemon estaciono el camión, desde luego, allí me sentí más seguro; y confiado.  Ahí mismo, a tan solo unos pasos de donde dormían las gentes, tan cerca que se oía la bulla y el conversar de quienes acampaban en aquel lugar.
José Simón se quedó, no vino con nosotros, Jolemon llego al aposento preparando el dormitorio comentaba.- Si estamos en San Francisco tempranito es posible que consigamos el mejor queso.  Por aquí por estos lugares son buenos hacedores de queso.-
Mientras Jolemon hacia sus elucubraciones mentales y preparaba su hamaca, José Simón llegó quedadito, en silencio, sin hacer ninguna clase de ruidos, se acercó a mí y con voz casi inaudible preguntó.
-¿vale Nico será que usted me puede dar un lugarcito?, si es tan amable se pone usted arriba sobre el encerao y yo aquí en los asientos.-
Mi acostumbrada docilidad se puso de manifiesto de inmediato y cumplí con el pedimento.
Algunos instantes más tarde oímos en el aposento en donde dormía Jolemon una conversación traducida en el siguiente dialogo: varios interlocutores.
-Paisano- dijo uno, dirigiéndose a Jolemon. -¿ese carro es suyo?.
-Si.-
-¡Caray! Así si provoca viajar, a un camión como ese le cabe mucha mercancía, en cambio nosotros con mulas y burros no podemos cargar gran cosa.-
-Pero pueden andar por donde quieran, llanuras, serranías, puntos difíciles.-
- ¡Caray paisano!, eso mismo le iba yo a preguntar, si pu aquí por estos campos casi nunca se ven carros de por lo maluco del terreno, si cuando llueve las power que disque son buenas pal barro se quedan pegadas en esos pantanones que se hacen por aquí-
-Lo que pasa es que mi camión es un R.E.O. internacional y tiene una máquina especial, es como los caballos de carreras, algunos son fangueros y cuando llueve hay que apostarle a ellos porque son los que ganan; la diferencia de mi camión es que usted puede apostarle a toda hora porque es bueno en todo terreno-
En discordia, entro otro que cambio el tema por completo.- ¿qué hora serán?.-
Jolemon encendió un fósforo y miró su reloj de pulsera.- son las 11:50.-  Respondió a la pregunta…
-En mi pueblo.- dijo el tercero. –Cuando yo, Benjamín Crespo, era chiquito había un celador que paseándose por la calle con un farol encendido en sus manos cuando ya iba a ser media noche cantaba una letanía que decía así: Son las 10:00 y todo en calma, y continuaba, son las 11:00 y todo en calma y al momento de la media noche son las 12 en punto, ¡Ave María Purísima!, aléjanos los malos espíritus.  Las veces en las cuales permanecía despierto oía aquellas lamentaciones que me helaban el cuerpo, hoy en día tengo casi 70 años y aún siento miedo cuando va a ser media noche, sobre todo por estas tierras que dicen que espantan tanto.-
-Esas son leyendas, cuentos de camino- comentó Perencejo.- Yo soy una persona que ha viajado mucho y conozco bien a las gentes del campo, son supersticiosas por naturaleza.-
Pascualon que había llegado al aposento con la intención de revisar si todos los que habían solicitado hospedaje estaban cada quien.  Había oído la conversación y refutó con poses defensivas la opinión de Fermín Crespo.
-No estoy de acuerdo con usted paisano, serán leyendas o cuentos de camino, pero  a un cristiano tienen que pasarle las cosas para saber si son embustes o son verdades.  Una  noche, recién llegado yo de aguada grande porque allí nací, Salí aguaitar un animal que se estaba comiendo las gallinas de un pariente mío, con la escopeta cargada  me fui por la calle más y alumbra con la luz de la luna veo a un hombre que viene tambaleándose como si fuera a desmayarse, se agarraba las tripas que parecían que se le estaban saliendo y como me pareció que estaba herido me apure para encontrarlo y ayudarlo pero en ese momento me agache a recoger unas capsulas de la escopeta que se me habían caído y cuando levante la cabeza no había nada ¡Naitica!, sentí un jormigueo en la cabeza y espante a correr.
Cuando le conté a mi compañera que ella si es lugareña sobre lo que aguaite esa noche, me respondió como asustada .-¡Ay Dios muchacho!, ese es el ánima en pena de Patricio Plaza que dé a según era un gallero que lo mataron de unas puñaladas en la barriga por qué no quiso pagar una apuesta que perdió dicen que sus parientes eran de la mamita y que fue allá que lo enterraron.
Pascualon contó con lujo de detalles todo cuanto le ocurrió  la noche que vio aquel fantasma intentando demostrar que los cuentos de aparecidos tienen una hoja de verdad.- Si usted quiere saber si los muertos salen o no, salga esta noche puay como a la una pa que usted vea que el muerto lo priva.  Mire pa que usted crea Foncho, el que vende chicharrón de puerco que se las daba de mujeriego, trasnochador y guapetón se le afrento al ánima de Patricio Plaza y le preguntó.- en el nombre de Dios ¿Quién eres? Y ¿Qué quieres?.-
Y el ánima respondió.-Que pagues las apuestas que perdí y en ese momento las tripas del muerto cayeron al suelo y foncho quedó privado.  En la mañana lo jallaron to embarrialado porque esa noche había llovido.
Un perencejo entró en el dialogo.- Si es verdad, yo he oído muchos casos de aparecidos por aquí mismo una vez hace algún tiempo me paso que llevaba un arreo de burros cargados con sardinas sal y jabón para La Pastora, me agarró la noche en el camino y comenzó a pringuiar pero no paso de una llovizna.  Aparte de los animales que arriaba me acompañaba un perro que comenzó a latir y gemir como si quisiera decirme algo, a la luz de la linterna vi un grupo de gentes que caminaban en sentido contrario.- aclaro, mi nombre Juan Silverio Romero, para entrar en el relato.
-Ya más cerca del gentío alcance a ver a alguien que traían dentro de una hamaca, no traían linternas, solo velas, cuando pasaban a mi lado, se me ocurrió preguntar ¿A quién llevan ahí?, A Juan Silverio Romero que lo llevamos a enterrar.  El miedo me obligó a cerrar los ojos por unos instantes y cuando los abrí no había nadien a mi alrededor, ni siquiera el perro que unos metros adelante me ladraba como invitándome a que nos fuéramos de aquel lugar. Esto fue antes de pasar la cruz de nadien.
-¿y cómo se sintió usted?, en este momento pregunto Jolemon.
-Caray paisano me entró un escalofrío y una titiritiadera que intente correr pero las piernas no me dieron, afortunadamente a media legua me quedaba la trasandina y uno que otro carro pasaban y me daban ánimo, sabía que no estaba sólo, lejos de las personas humanas.
-Entonces usted pasó su buen susto? Comentó Jolemon.- A mí no me han espantado así,  y como uno no puede decir, de esta agua no bebo.  El día que a mí me pase me meo los calzones.
Yo, que pasivamente oía la conversación, me sorprendí cuando sentí y vi que José Simón que por la portezuela del carro sacaba la cabeza, módulo el tono, de manera que todos los que aún estaban despiertos oyeran su voz.  Monologo su crítica y dirigiéndose a Jolemon inyectó el ambiente con una carcajada sardónica y exclamó: ¿de manera cuñado que usted también le mete a las creencias tontas?. Yo lo creía una persona más civilizada. ¿Cómo va usted a estarse metiendo en su mente esa sarta de mentiras, los muertos no salen, fantasías, cuentos de camino, folclorismo campesino, por eso es que Caracas es Caracas y lo demás es monte.
Jolemon cortó el monologo y dirigiéndose a su interlocutor dijo.- ¿entonces a usted no le meten miedo los aparecidos, los que vienen de ultratumba?-
-Interprete usted cuñado el contenido de mis palabras y tendrá la respuesta que busca, le repito, los muertos no salen aunque ni que estén mal enterados, esas cosas no son más que pura y sólida ignorancia, como distracción son buenas, como para pasar el rato nada más.-
Jolemon murmuró entre dientes.-Con que el cuñado no le tiene miedo a los espantos ni a los difuntos.- y levantó la voz y explanó la siguiente pregunta.
-Entonces usted cuñao no tiene ningún inconveniente en colgar la hamaca de la cabeza de una cruz donde este enterrado uno que hayan asesinado de una puñalada.-
-No, ninguna.- repuso José Simón. –Si las circunstancias así lo exigen no veo la dificultad.-
-¿Apostamos?- preguntó Jolemon.
-Apostamos.- fue la respuesta.
-Que sean cien (100) bolívares-
José Simón acepto la cantidad y con ello se cerró el dialogo.
Ambos habían sellado un compromiso.  Yo sabía que las artimañas de Jolemon eran de pronóstico reservado, algo se traía entre manos Jolemon, la duda y la sospecha merodeaban en mi mente y a pesar de que aquella noche aun festiva traía con ella un silencio abrumador, no lograba pescar el sueño, algo me decía que de un momento a otro tendría respuesta a mis elucubraciones.  Efectivamente en un momento en el cual me había quedado dormitado sentí la voz de Jolemon que me llamaba.- Vale Nico bájese que nos vamos.-
José Simón que roncaba de lo lindo no se despertó con los movimientos que se hacían a su alrededor, de manera que Jolemon tuvo que darle unas palmaditas por el trasero para que pudiese despertar y turbado aún exclamo.
-¿qué paso?-
-Nada, que nos vamos.- respondió Jolemon.
-¡Pero si es media noche!, todavía no amanece cuñado.-
-Pues yo pienso que sí, ya amaneció, mire los rayos de luz que se ven por el oriente.-
Algunos y pálidos clarones se notaban allende, pero no el tiempo oscilaba entre la 1 y las 2 de la madrugada.
-Vámonos.- Infirió Jolemon con fuerte voz de mando.
José Simón sin voz sonora comento.- Caray pero este pendejo si jode, hasta cuando me tendré que calar sus impertinencias. ¡Ay abuela!, las loqueras que tengo que soportarle a mi cuñado tan solo por irte a ver.-
Sin embargo, intento en segunda fase quebrarle la idea a Jolemon.- ¿A usted es que no le da sueño?, ¿por qué tenemos que irnos a esta hora de la noche?-
-Pero bueno, ¿cómo es la vaina?.- refutó Jolemon.- Todo el tiempo ha estado usted empeñado en que lleguemos a San Francisco, ahora no quiere irse, habla usted Patras y palante, además no es tan de noche como piensa usted cuñao, ya le dije que está por amanecer.-
José Simón en sus adentros pensó que no era prudente discutir y prefirió callar.  La terquedad de su cuñado Jolemon era infranqueable, lo mejor era guardar silencio y acomodarse a sus caprichos, total, el deseaba llegar a San Francisco fuera a la hora que fuera. A tenor de que iba coleado a expensas del transporte de Joel y por un lugar donde no existía fluidez de vehículos, lo menos que podía hacer sería llevarle la corriente a su cuñado.
Jolemon había cancelado por adelantado la costa de la pensión, así que el ruido producido por el motor del camión no despertó a nadie, al menos a alguien interesado en que no nos marcháramos.  Lo que me inquietaba de verdad era aquella repentina decisión de irnos a media noche, ¿sería que Jolemon tramaba algo en contra de su cuñado?, desde que salimos de la capital buscaba en una oportunidad para incomodarlo, ¿Deseaba ponerlo en ridículo?, tal vez. Yo conocía bien el caserío de la mamita, era lúgubre y hasta espantoso pasar por allí de noche, un piquete de alrededor de unas 15 casas que por consiguiente tenían un cementerio en frente, casas abandonadas que por agorerismo, el folclor popular lo tenía como un pueblo fantasma, en verdad daba grima pasar por aquel lugar, sobre todo a media noche .  Confuso, no atinaba a entender ¿qué era lo que traía entre manos Jolemon en contra de su cuñado?.  Esa salida intempestiva, sin ninguna razón aparente creo en mí una sospecha casa indescifrable, pero de momento recordé los comentarios de Pascualon sobre el fantasma de Patricio Plaza y la acuciosa pregunta de Jolemon hecha a su cuñado conjuntamente con la apuesta. ¡Claro!, recordé que allí en la mamita en otra oportunidad había visto un túmulo con una inmensa cruz de madera sobre un pedestal forrado en losa con el nombre del propietario casi borrado pero que se podían distinguir algunas letras todavía, ellas eran las siguientes: P. TRI. AZA.  ¡SI!, dije, ese es el nombre de Patricio Plaza. He aquí el enigma.  Mi imaginación elucubradora me andaba diciendo que era lo que se proponía Jolemon.  Una enorme cruz a la orilla del camino o más bien a la entrada del caserío sin duda alguna era el panteón donde reposaban los restos de Patricio Plaza, que después de haber sido asesinado en la Candelaria sus parientes le dieron sepultura en el caserío de la mamita de donde era oriundo.
Cuentan que hace ya largo tiempo una epidemia de cólera azotó a sus habitantes.  La mayoría murieron, los que lograron salvarse enterraron a sus muertos en un cementerio improvisado en las inmediaciones casi contiguas a las viviendas, luego se fueron, y a partir de allí la mamita quedó convertida en un caserío fantasma.
Yo presentía que algo iba a pasar pero había que esperar.
-No se preocupe cuñao, amaneciendo estaremos en San Francisco, puedo jurarlo que así será.-
Mi premonitoria intuición, me decía… que era lo más falso que Jolemon estaba afirmando, no es  que fuera un presagio malo, solo que en mi mente vagaba este tipo de pensamientos.
¡Cielos!, una hora de camino y aun no habíamos llegado a la mamita, me encontraba exaltado de ánimo.  Viajando en medio de los dos pugnantes, pensando en los posibles acontecimientos, en caracteres de comedia pintoresca se me escapó una sonrisa propia de alguna carcajada molierezca, arrancada de las fauces de un futuro inmediato a lo que Jolemon persuadido de ella comento:
-El que en silencio se ríe de sus picardías se acuerda.- y añadió.-Caramba vale, Nico, ¿por qué no duerme?.- adosando el contenido de la frase dicha, e indicando con un estirón de sus labios el estado de sueño de José Simón dijo: -Vea como ronca el condenado.
De repente las luces de los faros del camión permitieron ver las primeras casas, fantasmales figuras habitadas en otros tiempos, en frente estaba el cementerio.  Tumbas en total desorden, por lo que daba la impresión que al momento de los funerales no existía ningún orden de cómo debían hilarse las fosas, por la premura del volumen de cadáveres, los huecos los hacían en el lugar donde la tierra fuera más blanda.  Solo túmulos más antiguos reflejaban un orden, entre ellos estaba el de la cruz gigante de Patricio Plaza.  Jolemon estacionó el R.E.O. de manera que quedó justo frente a la gran cruz.
José Simón, visiblemente sorprendido casi entre dormido y despierto miró por la ventanilla del vehículo y se encontró con la tétrica visión de la silueta de un montón de cruces que con el reflejo de la luz que producían los faros del camión se lograba ver tal como eran el conjunto de un cementerio, entre tanto del otro lado del R.E.O. se encontró con Jolemon que acomodaba su dormitorio.  José Simón extrañado, confundido, preguntó a Jolemon.
-Vacié cuñado usted domo que piensa quedarse aquí en este cementerio.-
-Pienso no, ya lo pensé, tengo mucho sueño y no puedo manejar así.-
Él sabía que José simón no era chofer nunca había conducido un vehículo automotor.  El pretexto,  a manera de coartada le daba resultado.  Se dejó caer pesadamente sobre su hamaca y refiriéndose a José Simón le dijo:
-Le aconsejo que vaya buscando su acomodo y le recuerdo que tenemos una apuesta pendiente y considero que tiene usted la mejor oportunidad para cumplir con su compromiso.-
José Simón balbuceó y escasamente le salían las palabras.- Pero es que yo ni siquiera cargo chinchorro.-
-Por eso no se preocupe.- acotó Jolemon y dirigiéndose a mí me ordenó.
-Pásele a mi cuñao la hamaca que está en la maleta detrás del asiento.
Lo hice con premura y acordándome de mis elucubraciones me encontraba satisfecho de que mis agoreros pensamientos estaban en lo cierto.  José Simón con desgano tomó los mecates y los amarró de lo último de la parte vertical del palo, luego el otro extremo a uno de los ganchos del camión debajo de la carrocería y en medio unió la hamaca recordándose a sí mismo el compromiso que había adquirido con su cuñado y que era precisamente el objeto de quedarse en aquel cementerio y dormir a los pies de una cruz.  Zafarse de la celada que le tendía su cuñado era inútil, el asunto motivaba una cuestión de honor, si se negaba era lógica presa de las artimañas de su pariente político.  Además estaba de por medio una muy respetable suma de dinero que él no estaba dispuesto a pagar.  
Entre tanto, Jolemon observaba con un cierto aire de triunfo el ajetreo de su cuñado.  Una sonrisa burlona se dibujaba en su recio rostro. José Simón refunfuñando y a regañadientes sacó de su valija los enceres de dormir, una cobija y paño.  Con la intención de probar si la hamaca resistía su peso se sentó sobre ella moviéndose de un lado a otro, una vez seguro de que la madera soportaba su peso se acostó de manera que los pies le quedaron hacia la parte del vehículo, sin darse cuenta que todo su fornido peso se lo estaba recargando a la cruz, la idea, parecía, que su vista no diera con el abigarrado montón de cruces.  El palo vertical de la gran cruz a pesar de verse como un madero fuerte, su bruñido de pintura blanca dejaba entrever la sensación de que podía estar carcomido por dentro.  Justo era pensar que la madera podía ceder en cualquier momento, eso no lo podía advertir José Simón, un tanto inquieto en sus movimientos, pero el sueño lo venció y en escasos instantes sus contumaces ronquidos indicaban el grado y la profundidad de hallarse en los sublimes brazos de Morfeo.
Un tiempo prudencial, no sé cuánto, Jolemon permanecía muy inquieto en su hamaca como que no lograba conciliar el sueño total y a ratos se inclinaba por encima del capacete del camión para verificar el estado en el que se hallaba su cuñado.
¡De pronto, un brusco movimiento del durmiente, tal vez buscando un cambio de postura más cómoda incitó el resquebrajamiento y tras un zumbido vertiginoso, la cruz se desprendió de su planta, viniendo a caer deplomadamente con todo su peso sobre la humanidad de José Simón,  este, en un fulminante levantamiento del suelo, puso pie en la polvorosa y echó a correr guiado en la lúgubre noche únicamente por su instinto de conservación sin el auxilio de una luz artificial ¿cómo podría perderse en las profundidades de aquella carretera por donde cogió camino?, la luna esa noche parecía estar de asueto.
Un rictus sardónico noté en el semblante de Jolemon como si tuviera a punta de labios una carcajada burlesca.  Con toda la paciencia que lo caracterizaba giró el camión procurando el retorno, me dijo:
-Vamos a buscar al cuñao, A ver dónde está privao por ahí, no sea que lo consiga una tragavenado y se lo engulla.-
Saqué de la guantera dos linternas, ambas con buena batería, llevando el carro a paso lento cada quien alumbramos desde nuestra respectiva ventanilla en procura de avistar algún objeto que se pareciera a José Simón.  Habíamos recorrido más de un kilómetro sin indicio alguno.  Una suma preocupación, modestamente encaja en la personalidad de Jolemon, el asunto se estaba volviendo bastante raro, la búsqueda era infructuosa y además peligrosa, Jolemon en sumo extravío me dijo:
-vale Nico, vamos a tener que dejar la búsqueda para cuando amanezca, que va a ser muy pronto, mire si nos metemos en ese monte lo menos que nos puede pasar es que nos pique una culebra.-
A lo que respondí.- ¿no será bueno que regresemos a la Candelaria no sea que haya llegado hasta allá?.-
-¿usted cree?.- fue la respuesta, como recordándome que el trayecto era de más de ocho (8) kilómetros de distancia, sería difícil, por más rápido que anduviera, que una persona a pie, pudiera recorrer ese tramo en tan corto tiempo.
Yo refuté.- Un susto como el que acaba de pasar nuestro compañero lo hace a uno volar.-
-Bueno vamos pues.- dijo, con una destilada contrariedad calcinada en su rostro.
En la carretera solo se oía el ruido del motor del R.E.O. y la espeluznante algarabía de los alcaravanes que anunciaban la llegada de la mañana.  Unos cuarenta minutos después estábamos en la Candelaria.  Nos dirigimos hasta la posada “El quedadero” como la llamaban los arrieros.  En cuanto estuvimos allí preguntamos a Pascualon que despertó en cuanto oyó el ruido del camión, que si sabía sobre el fulano que andaba con nosotros, Jolemon dijo: .-El hombre se nos esperdigó y no sabemos dónde está.
Pascualon con una lámpara de kerosene en sus manos estiró los labios para indicar la zona en la que se encontraba José Simón.
-El amigo llegó privao y ancina me dijo que le había caído un muerto encima, venía bastante mal pues tuvimos que darle a oler coneciervo para que volviera en recuerdo, casi se nos moría aquí mismito.-
José Simón reposaba en un chinchorro profundamente dormido.
Jolemon dirigiéndose a mi dijo.- Bueno, vale Nico, tendremos que descansar un rato antes de irnos para San Francisco.- eran como las 5 am y de cierto era agradable echar un buen camarón. Jolemon acomodó su hamaca entre la aleta de la carrocería del R.E.O. y yo sobre los asientos, el sueño nos rindió y estuvimos durmiendo como hasta las 8 de la mañana. Jolemon fue el primero en despertarse y salió presuroso hasta donde se encontraba su cañado, el susto tenía visos de temeridad, quería saber cómo era el estado físico de José Simón pero no lo encontró en el lugar donde anteriormente estaba, preguntó a una mujer que atendía la cocina, esta dijo haberlo visto.
-Esta mañanita se montó en un burro y se fue con unos conuqueros que pasaban por aquí.-
-¿hacia dónde iban?.- preguntó Jolemon.
La cocinera trasnochadamente respondió.-a según parece que cogieron el camino que va pa Muñoz.-
Jolemon refunfuñó.- Ese ya está sano, lo que anda es avergonzado y no es para menos con el chasco que se llevó.-
Continuamos para San Francisco, repartimos la carga que llevábamos, recogimos el queso que se había encargado y de regreso nos sorprendió un huracanado aguacero, al instante comenzaron a formarse las charcas y un lodo macizo y pegajoso se incrustaba en las hendiduras de las llantas del camión.  El recorrido en reverso entre San Francisco y Carora fue por decir endemoniado, incontables las veces en que aquella máquina quedaba atascada y nos tocaba sobre todo a mí, en pleno aguacero, salir a verificar la posibilidad de algún refuerzo extra, en la intentona de ayudar a aquellos caballos de fuerza que lidiaban por salir de aquellos atascaderos, adherir la cadena a los cauchos, cortar ramas y troncos, era una manera que surtía efecto en el agarre de las llantas y así poder salir de aquella penosa situación a terrenos más sólidos, la concreción de algunas piedras y arena más dura nos facilitaban la tarea. Después de un arduo trajín logramos escaparnos de aquellos aluviones, hablo en plural porque aquellos casos eran frecuentes, en días de invierno resultaba un descaro asomarse a aquellos pantanos infranqueables para cualquier vehículo que no tuviera la garra y la tenacidad de aquel como yo lo llamaba : Formidable R.E.O., los carros de doble transmisión, máquina con un potencial especial para andar por aquellas fangosidades generalmente quedaban atascados y tenían que esperar la seca para poder retirarse de aquellos tortuosos lugares.
-¿cómo?, ¿Cómo dicen? ¿Qué qué paso? Con el personaje José Simón.
Bueno de el nada más se supo, por lo menos en persona nunca más.  Algunas veces tenía información de su paradero cuando le escribía cartas a su familia.  Cuentan que montó una refresquería en Carora y que nunca más volvió a Caracas, el someterse a las afrentas de sus familiares y amigos no fue su plan, el chasco pasado era demasiado para someterse al escarnio y la burla.  Claro, Jolemon en la primera oportunidad que tuvo fue y lo contó en Caracas.  Dicen que con el tiempo estuvo con los suyos, a petición de su madre, fue capaz de recordarle el infacto momento ante aquella cruz que se le vino encima, el, lleno de ínfulas no supo en que pasaje de la vida alguien le probaría que nada de lo que afirmaba tenía una onza de realidad.  Acostumbrado a fanfarronear haciéndose creer lo que no era y un diseño de tacaño bien logrado lo condujeron a donde no es conveniente llegar.
El formidable R.E.O. para los años 1957, esta marca de vehículos había desaparecido del mercado nacional, a finales de los años 60 el camión accidentado por falta de repuestos quedó abandonado como chatarra en un taller cerca de Nirgua.
Joel Elías Montero, su dueño y chofer recibió por el R.E.O. unas cuantas monedas que le sirvieron para montar un negocio.  Personaje quisquilloso, avaro, amigo de los negocios en donde llevara de por medio un cien por ciento de ganancia.  Murió anciano y achacoso en 1989, vivió sus últimos días como un vendedor de frutas en el mercado de Quinta Crespo.
Yo. José Nicanor Pérez aun todavía saboreo el albor de las frescas mañanas pero con el boleto comprado, con el cual cancele ya el viaje, el turf  del cual todos disfrutamos sin excepción alguna.  La delicada barca que nos conduce hasta el puerto de la eternidad está por llegar.  En mis sueños la veo y presto también veo a su capitán  que vistiendo su reluciente uniforme de marinero, me invita a que aborde su nave.
Tal vez sea en estos días o quizás me alcance el tiempo como para echarles otro cuento.

FIN