La
Calle del Árbol
En una época lejana de la segunda mitad
del siglo XXI, a la ciudad de Tunja llegaban con frecuencia
extranjeros atraídos por el ambiente ilustrado y en busca de paz
para el espíritu. Extranjeros y locales disfrutaban de la ciudad en
el ejercicio de las Artes y Letras.
En
la Ciudad; para tal fin, había puntos de encuentro en donde los
vecinos se encontraban dos sucesos diarios y contaban las costumbres
y los quehaceres. Tal sucedía con la calle del Árbol, punto de
referencia para la conversación placentera era un hermoso árbol
cuyas ramas casi tocaban las ventanas del segundo piso de un hermosa
casa solariega, en la que ha de desarrollarse esta historia.
Procedentes de Pamplona y ocultando un misterioso pasado, del cual
solo se llegó a saber años más tarde, acaecidos en la Ciudad de
Carora cuna de grandes hombres y hermosas tradiciones y cultura,
Venezuela, llegó a la ciudad una familia que parecía ser muy
ilustre por su parte y costumbres cortesanas.
Se trataba de Don Jorge Voto, su hermosa
mujer Doña Inés Hinojosa, Juanita, su joven e inocente sobrina y
Don Pedro de Hungría, que al parecer no tenia con ellos ninguna
consanguinidad. - ¡En esta pacifica ciudad estaremos tranquilos por
el resto de nuestros días! - había dicho Don Jorge a Inés de
Hinojosa, mirando la Ciudad desde los cerros y aún sin bajarse de
los caballos.
Se
instalaron a vivir en la casa solariega de “la Calle del Árbol”
Don Jorge Voto, su mujer y su sobrina. No necesitaron mucho tiempo
para llamar la atención en la ciudad. La exuberante y extraña
belleza de Doña Inés, (mitad India y mitad Española), la
ingenuidad y dulzura de la
núbil Juanita y el exquisito porte afeminado y galán de Jorge Voto,
profesor de danza, pronto formaron parte del tema central de las
reuniones de té de las damas y de las mesas de cantina de los
encomenderos. Sobre todo del lenguaje descarnado y vulgar de los
españoles. ¡Por la madre
miá que está en España que esa mujer ha de ser para mi! - Recia
Don Pedro de Rivera, encomendado de Chivatá, al misterioso Pedro de
Hungría con quien había entablado una reciente amistad alrededor
del vino, mientras su hermano Hernàn, dormía los efectos del
alcohol sobre la mesa. Y os ayudaré para tal fin, os lo aseguro. -
Dijo Hungría. - ¡Claro que eso
costará un par de maravedíes! Satisfecho Pedro de Hungría apura su
copa pensando que sus intenciones de venganza iban a cumplirse pronto
de lo debido.
Pedro
de Hungría venia siguiendo a Inés de Hinojosa y Jorge Voto desde la
ciudad de Carora en Venezuela, donde la Hinojosa, confabula con el
bailarín, habían asesinado a su primer marido Don Pedro de Ávila.
Pedro Bravo trazó un plan para acercarse a Inés, fingiendo estar
enamorado de Juanita, y así fue como obtuvo la entrada a la casa de
Jorge voto, quien la pasaba en reuniones sociales demostrando sus
dotes de bailarín y sirviendo de consejero espiritual a otras
mujeres desdichadas.
Un
día Pedro Bravo, aprovechando que Juanita se encontraba indispuesta
y Jorge Voto dictaba sus clases de danza, aprovecho la oportunidad y
le confesó su amor a Inés en medio de floridas y promisorias
palabras. Tal declaración de amor
impresionó mucho a Doña Inés, quien a solas recordó con ansiedad
todos sus sufrimientos y sobre todo el desinterés por su belleza, en
el que había caído Voto. Además, la propuesta de aquel hombre
rico y apuesto le llamó la atención accediendo a los pedimentos
amorosos de Don Pedro. A partir de allí los dos amantes comenzaron a
arreglársela para verse sin que nadie lo notará, y una de las
formas más osadas consistió en comprar la casa vecina y abrir una
puerta que comunicara sus dos alcobas.
Y
allí entro el rostro iluminado de Juanita y el rostro ansioso de
Inés, Bravo de Riera se entregó durante varios meses a su juego de
amor. En medio de esta pasión desbordada, la figura de sus marido,
éste se convirtió en la próxima victima de Doña Inés, de la
misma manera que lo fuera Don Pedro de Ávila en Carora, como si el
destino se le desvolviera para cobrar su pecado. Así que este
encuentro clandestino, Doña Inés fue alimentando la determinación
de que el mismo Pedro Bravo de Rivera se encargara de desaparecer a
su marido el danzarín.
Don
Pedro cayó en la telaraña de los besos de su amante y aprovechando
el interés de Pedro de Hungría en tomar ventaja contra Voto a Inés,
efectuaron un plan macabro, el cual se llevó a cabo al dedillo como
lo ejecutó Bravo. Indujeron a Voto asistir a un homenaje que ellos
mismo le brindaron con abundante vino y cuando lo emborracharon lo
condujeron a Santa Lucia, el lugar apropiado de la Ciudad, muy cerca
de la plaza principal pero lleno de maleantes y allí lo abandonaron
acompañándolo solo de su vihuela, el instrumento musical que le
abrió las puertas de la exigente sociedad del momento,
no solo en Carora sino en Pamplona y Tunja. Perdido y ebrio en aquel
antro, Voto caminó en la oscuridad buscando el regreso al centro.
Al
final de un callejón Hernàn Bravo, encargado del puñal, y Pedro de
Hungría con un farol en la mano. Como serpientes tras la presa,
esperando silenciosos y en un abrir y cerrar de ojos el puñal buscó
la carne en repetidas ocasiones quedando el cuerpo inmóvil sobre el
empedrado. Lo que sucedió después fue de público conocimiento. Se
regó la noticia como la desgracia y la gente vio correr a Inés
despavorida por la plaza rumbo a Santa Lucia, y fueron testigos sobre
el cadáver de su marido, implorando toda sus virtudes a gritos
desgarradores, en una imagen digna de la mejor actriz de una tragedia
griega.
La
investigación del crimen no se hizo esperar y el alguacil que ya
había reunido importante información sobre la criminal procedencia
de Inés y de Pedro de Hungría, ató sus cabos y confirmo sus
sospechas. El mismo presidente Don Andrés Dìaz venero de la ley
hizo acto de presencia y exigió que el crimen no quedase en
impunidad. Hernàn Bravo entregó y confesó el crimen culpando como
intelectual a Pedro Bravo su propio hermano. Inés de Hinojosa y
Pedro fueron puestos presos en las mazmorras del tribunal y allí
tuvieron tiempo de reflexionar y esperar su sentencia.
Pedro
de Hungría como una sabandija, al verse acorralado desapareció de
la ciudad amparado por las sombras de la noche y hundido en el
misterio nada se supo que fue de él y cuenta la gente que este
extraño personaje tenia el raro poder de convertirse en árbol,
piedra o animal. Inés de Hinojosa fue
sacada de la cárcel y exhibida para escarnio público por todas las
calles de Tunja. Llevada hasta el árbol frondoso de su propia casa,
que fue testigo silencioso de todos los hechos, y colgada.
Allí
mismo, en el piso y sobre un tronco, fue decapitado bajo el árbol
Pedro Bravo y de la otra rama colgado su hermano Hernàn. El árbol
se secó poco tiempo después de ejecutadas las sentencias. Los
pobladores durante muchos años no volvieron a pasar por allí sino
de día , porque en las noches de luna llena se vio el árbol
frondoso sostener en la rama principal el cuerpo esquelético de una
mujer, y abrazado a sus piernas un hombre sin cabeza.
Fin
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